viernes, 17 de marzo de 2017

24#. Quien controla su diálogo interno, gobierna su vida

El dialogo interno, ¡eso es!
 
Esa comunicación que mantenemos con nosotros mismos, de manera continua, y que nos pasa desapercibida muy frecuentemente. Todas las personas nos comunicamos con nosotros mismos gracias a nuestra capacidad de pensar, cavilar y deliberar. Mediante preguntas y cuestiones, reflexionamos sobre la realidad, organizamos nuestros pensamientos, clarificamos ideas y emociones, establecemos prioridades, planeamos, ejecutamos, etc. A veces nos encontramos en disyuntivas; otras veces caemos en contradicciones; o, en otras ocasiones, llegamos conclusiones fundadas. 
 

Seguro que han visto alguna vez a un crío/a jugando solo. Tumbado en el suelo, maneja sus muñecos o juguetes, imagina o describe o inventa, elaborando un discurso. Y lo hace en voz alta, aunque el discurso está dirigido a él mismo. "Llega la ambulancia... ¡ni-.no!, ¡ni-no!, ¡ni-no!... (igual la onomatopeya de la sirena de la ambulancia no está muy conseguida)... ¿Qué ha pasado?... No lo sé... Soy médico y lo voy a curar...". o "Hola, me llamo Periquin... ¿Quieres ser mi amigo/a?... Vamos a hacer algo divertido... Sí, tengo una idea estupenda...", etc.

En ese estadio de nuestro desarrollo, todavía no hemos aprendido a interiorizarlo, pero ese es nuestro diálogo interno. Una charla que entablamos con nosotros mismos, pero verbalizada. A medida que pase el tiempo, empezaremos a hacerlo íntimo. Más adelante, lo entablaremos solo en nuestra cabeza.

Todo lo que experimentamos (dolor, placer, ansiedad, interés, aburrimiento, preocupaciones, felicidad,...) se representa como información en nuestra mente, en nuestra conciencia. Este es el escenario donde sucede nuestro diálogo. Allí se interrelaciona toda la información que poseemos y somos (intenciones, recuerdos, sentimientos, instintos, creencias,...). Este diálogo, que está mediado por esas creencias y esquemas mentales, da como resultado un patrón de respuesta. Un estilo personal de interpretar las cosas y, por extensión, de pensar, sentir y actuar. En conclusión, una forma de vivir la vida.

Si somos capaces de controlar esta información, este diálogo, podremos decidir cómo será nuestra vida.


Los pensamientos racionales, y los irracionales.- Pero vayamos al meollo de la cuestión. A lo largo y ancho del torrente de pensamientos que fluye por nuestra mente cotidianamente, se suceden ideas y pensamientos que tienen la cualidad de ser realistas, objetivos o constructivos. Estos son los adecuados, los adaptativos, los que nos ayudan a vivir mejor. Pero junto a ellas existen sus opuestos. Las ideas no racionales, las que distorsionan la realidad, y resultan tóxicas. En nuestro caudal mental, unas y otras se van encadenando, se encuentran enlazadas indistintamente. Y puede no ser fácil distinguir unas de otras.

Este es el punto crítico: la calidad de nuestro discurso, la racionalidad de nuestra capacidad de reflexión. Si mis pensamientos, ideas, creencias, esquemas mentales, estereotipos, prejuicios, etc. son razonables y adaptativos, me van a proveer de una descripción de la realidad fidedigna. Esto me permitirá realizar una interpretación de mis circunstancias fiable, en función de las cuales actuaré y sentiré. Mis reacciones emocionales y/o psicológicas y/o físicas serán adaptativas y ajustadas a la realidad: Mejorarán mi calidad de vida. Eso no me convierte en infalible ni omnipotente. Podré equivocarme en mis elecciones, errar a la hora de tomar una decisión... pero yo no me estaré engañando, ni mi psique me estará saboteando.

La calidad del diálogo habitual con nosotros mismos puede ser de rigidez o flexibilidad, calidez o distanciamiento, constructivo o nocivo.... Cuando es rígido, distorsionado, exagerado, salpicado de pensamientos irracionales..., puede limitar o deteriorar nuestra vida. Puede, de hecho, conducirnos a estados patológicos.


Un ejemplo que puede clarificar. Supongamos que Laura sufre la pérdida imprevista y repentina de su padre antes de haber alcanzado los 50 años. Este hombre poseía una historia de quejas somáticas atípicas y quizá mal diagnosticadas. Laura, a raíz de esta experiencia, puede elaborar la creencia de que un síntoma físico cualquiera, pero intenso e inesperado, puede llevar a una muerte súbita. Esta creencia puede pasar desapercibida, no estar activa en su conciencia. Por tanto, puede no afectar su vida, tener poca influencia en sus emociones y conducta.

Pero, supongamos que, al tiempo, Laura experimenta una sensación infrecuente (un síntoma atípico como visión borrosa tras un exceso de trabajo o sensación de mareo debido a cambios hormonales o una cefalea para el que no encuentra causa). Estas sensaciones pueden activar la creencia mencionada y, como consecuencia, empezar a preocuparse demasiado por su salud.

Según el diálogo interior de Laura, así será su vida a partir de ese momento. Según desarrolle un diálogo racional o irracional. Según se base en los datos objetivos (médicos) disponibles o en suposiciones personales que exageren síntomas. Según se deje llevar por distorsiones cognitivas o limite los efectos de la incertidumbre al ámbito de lo razonable,... 

En función de lo que se diga a sí misma respecto al problema, asumirá su circunstancia de una manera adaptativa (entiendo yo que esta sería de una cierta preocupación, pero haciendo todo lo que esté en su mano por anticiparse a un trastorno real), empezará a amargarse la vida (solicitar repetidas citas médicas para tranquilizarse, interpretar sistemáticamente sensaciones corporales inocuas como un riesgo para su salud, más opiniones paramédicas, más nerviosismo, más temor), o directamente obsesionarse, interpretar su porvenir de manera catastrófica, y vivir solo temiendo lo peor (lo que igual podría derivar en un trastorno mental de tipo ansioso o depresivo).
 
Este extravío no es inevitable. Podemos intentar modificar nuestro discurso interno. Podemos intentar detectar y modificar los pensamientos, ideas, creencias, esquemas mentales, estereotipos, prejuicios... que sean inadecuados. Rectificamos, así, las emociones que experimentamos (ansiedad, ira, tristeza, etc.) al sustituir los pensamientos inadecuados por otros alternativos, más positivos y realistas. Esto nos permitirá mantener un estado psicológico más favorable.

Un estilo explicativo constructivo, razonable, lúcido,... nos hará progresar, crecer. Nos permitirá evolucionar como personas, ser lo más plenos posibles. En definitiva, estar en las mejores condiciones de alcanzar cierta plenitud (felicidad) y de soportar de forma consistente las adversidades de la vida (resiliencia).

Así de claro lo tenía Buda: "“Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos”

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